Cuando se cumple el tiempo no tenemos que anunciarlo, somos el SUEÑO.

Todos somos el sueño de Dios para el bienestar del mundo. Cada uno de nosotros con nuestras capacidades dadas por Él, somos la esperanza de muchos que necesitan del Señor. Para realizarlo necesitamos saber quiénes somos en Dios y cual es nuestra parte de la obra. En ese hacer reside también nuestra propia bendición.

Libro: Descubra lo Sobrenatural en el campo profético 1



Capítulo 4
Conociendo al Espíritu Santo
“Asegúrate de realmente querer lo que tanto deseas”.

No importa cuánto puedas llegar a desear algo, sólo lo obtendrás si te atreves a pagar el precio por ello; y es muy posible que al lograrlo te des perfecta cuenta de que no era exactamente como te lo habías imaginado. Esto fue, creo, lo que me sucedió con el Espíritu Santo. Deseé tanto y tan intensamente su presencia y, sin embargo, no lo reconocí apropiadamente cuando llegó a mi vida.
Podría llegar a decirse que había conocido al Dios Padre y aceptado al Dios Hijo, pero estaba muy lejos de tener comunión con Dios Espíritu Santo. Tenía el conocimiento de que el Dios Padre estaba sentado en su trono y el Dios Hijo a su diestra, mientras el Espíritu Santo había sido enviado a la tierra para estar con nosotros. Necesitaba aprender a relacionarme con Él. Por lo tanto, mi gran deseo era conocerle a Él y, a la vez, que Él me conociera a mí.
Mi anhelo más profundo era poder servir a Dios y llegar a realizar su obra aquí en la tierra, oír su voz y obedecerla, cumpliendo así Su voluntad en este mundo. Preciosos libros me adoctrinaron acerca de la persona del Espíritu Santo, pero yo deseaba más, quería atesorar su presencia en mi vida. Mi deseo, al igual que Enoc, era caminar junto a Él.
Casi sin darme cuenta, debo decir,  comenzaron a ocurrir manifestaciones del Espíritu Santo en mi vida y ministerio, que al principio me llenaron de gozo y satisfacción. Al orar por la gente, ésta se manifestaba cayendo al piso o llorando. Luego, todo se incrementó, ya no eran sólo caídas, sino risas, temblores y manifestaciones cada vez más fuertes; y esto muchas veces aún antes de orar por las personas. Todo aquello comenzó a comprometernos dentro del movimiento conservador al cual servíamos con mi esposo, ya que nada similar se suponía que ocurriera en las reuniones que liderábamos. Todo lo que sucedía me preocupó demasiado, y entonces pensé que con el paso del tiempo volvería la normalidad. De todas maneras traté de controlar un poco las cosas y me dediqué a darle gracias a Dios por la hermosa visitación de su Espíritu, quien sin lugar a dudas estaba bendiciendo mi vida y ministerio.
Todo pareció refluir durante un lapso de tiempo, hasta que algo inesperado sucedió. Fue como una explosión de poder. Cuando subía a la plataforma (algo que mi esposo me dejaba hacer pocos minutos antes de finalizar cada reunión, cuidadoso de respetar las formalidades de la iglesia y las autoridades), todo se transformaba en un caos. La gente comenzaba a reír o a llorar, temblar o caer, pocos quedaban en sus sillas, la mayoría rodaba por el piso. Había oportunidades en que ya subía ebria del Espíritu y casi no podía proferir palabras y si lo hacía era totalmente en lenguas. Por momentos no se sabía qué estaba sucediendo, cada uno recibía algo distinto de Dios y de diferente manera.
Entonces volví a preocuparme mucho. Mi esposo amorosamente trataba de decirme que así no íbamos a poder continuar en aquella denominación. Era difícil que lo aceptaran. Tanto mi esposo como yo, amábamos profundamente el ministerio donde conocimos al Salvador Jesucristo, un ministerio que no sólo nos había llenado de bendición, sino también capacitado en todo para servirle apropiadamente a Él.